El dolor

octubre 16, 2015

En una ocasión me invitaron a un Simposio cuyo tema Central era el “Dolor”. Existía en el panel una gama de especialistas de todos los ámbitos relacionados con este singular problema en el mundo de la medicina. Recuerdo que me presente como “Soy un especialista en causarlo” y todos sonreían con este tipo de aseveración absurda. Pero la triste realidad es que en efecto soy, por cosas inherentes a mi trabajo; un especialista en causarlo. Corto en muchas ocasiones tejido sano, para extirpar o muchas veces reparar el mal. Usualmente ese dolor es algo temporal, y en el mejor de los casos es tolerablemente tratable.

Todos los que asisten a mi consulta llegan en cierta manera aterrorizados por lo que un procedimiento totalmente invasivo provocará. La medicina moderna está enfáticamente resuelta a desaparecer o disminuir al mínimo este efecto secundario. Pero no es de este dolor del que deseo escribir hoy. Es más bien otro tipo de “dolor” mucho más difícil de manejar, y que a veces es imposible de tolerar. Todos hemos estado expuesto en mayor o menor manera a una experiencia dolorosa desde el punto de vista fisiológico de las conexiones nerviosas. De manera usual podremos decir que este tipo de dolor “saludable” es de tipo benéfico. El que nos advierte que nos quemamos con una llama, la picadura de un insecto, el dolor de un oído o una muela que nos advierte que algo pasa. El dolor en sentido estricto no es malo. Es más bien una advertencia de que algo sucede y que tenemos que reaccionar ante este estímulo.

¿Pero qué hay del tipo de dolor que nos producen las pérdidas? El dolor psíquico es un dolor todavía más perturbador. Ese dolor que no cede de manera saludable al tomar un analgésico, o colocarse un medicamento inyectable. Ese dolor que nos lleva a situaciones mentales alteradas como la depresión.

Todos estamos diariamente expuestos a estímulos dolorosos que no sabemos manejar. Lo peor es que no estamos acostumbrados a lidiar con estas situaciones, y en la mayor parte de los casos nos convierten en humanos deprimidos y sin esperanza.   Esta forma de dolor es tan peligrosa que nos puede “enfermar” sin que estemos conscientes de lo que padecemos. Gran parte de las “pérdidas” nos dejan marcados por el “dolor interno” al que saludablemente deberíamos de reaccionar en determinado momento. El que ha sufrido la pérdida de un ser querido sabe de lo que hablo. El vacío de la ausencia, del amor perdido, de la desesperanza, de la sensación de tiempo estático y del no hay futuro.

La pérdida de la pareja, de los padres, del trabajo, del prestigio, de una batalla librada; puede ser un estímulo fisiológico que nos invite a tomar una acción para superar este evento. Así como el acto que prosigue al dolor provocado por la picadura de un insecto, reaccionamos de manera lógica tomando las medidas pertinentes de alejarnos, usar medicación, prevenir etc. Nos debería llevar a organizar una respuesta mental adecuada ante estos estímulos; pero en la mayoría de las situaciones nos lleva a la angustia, desesperación y la depresión en el peor de los casos. Algunos, tomamos la determinación de resistirnos a este estímulo doloroso para que pasemos a otro peldaño del dolor emocional al “sufrimiento”. La cultura Oriental nos ha enseñado que el resistirse a lo inevitable del estímulo doloroso nos condiciona al SUFRIMIENTO. Este peldaño nos ahoga aún más y nos deja de manera inevitable sin capacidad de respuesta, ahogados en un mundo miserable. El dolor no se puede evitar, el sufrimiento es opcional. Cuando alguien es diagnosticado con una enfermedad terminal es sometido a una herida psíquica y física enorme; creo que es lo que más odio de mi profesión, y el dolor que esto provoca es de los estímulos más devastadores. Mucha gente se resiste, evadiendo la realidad, buscando “milagros” que puedan liberarlos. Se niegan y entonces es en donde el “sufrimiento” comienza, y esto hace aún peor su proceso de una enfermedad que llevará implícito una alta dosis de dolor. Otros aceptan y luchan, algunos con buen suceso; otros con valentía heroica aceptan sabiendo que al final habrá un “alto”.

No podemos negar lo desagradable de la experiencia, pero lo importante es cómo lo afrontemos y las medidas que tomemos ante este estímulo. Es difícil ignorar que una vela nos quema la mano, pero esto nos organiza una respuesta adecuada y un “no ocurrirá más”. El dolor de una pérdida amorosa nos dará la herramienta para evolucionar y mejorar en lo sucesivo las relaciones. El dolor es una oportunidad de corregir, de enriquecer la vida, de enmendar lo que hacemos y es una oportunidad valiosa de “aceptar” lo que en nuestra vida es inevitable. Está implícito desde que nacemos, el dolor formará parte de nuestra existencia, y es una decisión cómo afrontarlo. Pretender eliminarlo sin reconocer el valor benéfico que puede tener es una ironía de la vida moderna, lo que siempre será opcional es “sufrir” resistiéndonos y dando respuestas.


 

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Posted in Reflexiones